Dejar de fumar es un paso que requiere de mucha fuerza de voluntad y, como tal, en ocasiones nuestra mente se deja llevar por informaciones o excusas para volver a afirmarse en el hábito. Si lo pensamos, el acto de fumar lleva muchos años siendo una costumbre aceptada socialmente, mientras que la información sobre lo dañino que resulta el tabaco es relativamente más reciente.

Es por ello que todavía circulan muchos mitos y falsedades en torno al tabaco que es importante derribar, para no caer en falsos argumentos que nos lleven a seguir con este mal hábito de salud. Con motivo del Día Mundial del Cáncer de Pulmón, desmontamos algunos de los más frecuentes para salir del autoengaño.


1. La gente enferma, pero yo no tengo por qué sufrir las consecuencias del tabaco

Aunque veamos noticias cada día o las fotos de las cajetillas, seguimos pensando que, aunque el tabaco sea malo, ese no tiene por qué ser nuestro caso. Sin embargo, las cifras dicen algo bastante diferente.

Según los datos recogidos en el Observatorio del Cáncer AECC, el tabaco mata hasta la mitad de sus consumidores. En cifras absolutas, esto supone que cada año mueran 7 millones de personas en el mundo por el consumo, directo o indirecto, del tabaco. Aportando cifras de España, el tabaco ocasiona más de 50 mil muertes; y representa el 13% total de muertes anuales.

Más allá de las cifras de mortalidad, también es importante saber cómo afecta el tabaco a la calidad de vida. En fumadores activos masculinos, el consumo de tabaco afecta a la aparición no solo de cáncer de pulmón, también de laringe, estómago, riñón y vejiga. Además, supone un mayor riesgo de problemas cardiovasculares y problemas como la impotencia sexual e infertilidad.

Asimismo, en mujeres, también influye en la aparición de cáncer de cuello de útero. Igualmente, el consumo de tabaco se relaciona con otras patologías como la osteoporosis, el adelanto de la edad de la menopausia, con la pérdida de la elasticidad de la piel, con mayor riesgo de infertilidad y de abortos espontáneos.


2. El tabaco no es malo, siempre se ha fumado

Otro falso mito sobre el tabaco es pensar que el cigarrillo se compone solo del producto agrícola procesado a partir de las hojas de Nicotiana tabacum. Así, caemos en la falsa idea de que lo que sale de la naturaleza no tiene por qué ser tan malo. En realidad, el humo procedente de la combustión del tabaco (cigarrillos, puros, pipas) está compuesto por unas 4.000 sustancias diferentes: 69 de ellas altamente tóxicas y cancerígenas.

Por destacar el impacto de algunos de estos productos en nuestro organismo, en primer lugar, habría que mencionar los efectos de la nicotina, la responsable además de la dependencia física al tabaco. La misma incrementa la tensión arterial, la frecuencia cardiaca, y la glucemia, es decir, el azúcar en sangre. Otro productos presentes en un cigarrillo son el cianuro de hidrógeno (veneno utilizado en las cámaras de gas), cadmio (que también se usa en las baterías), arsénico (presente en productos como los matarratas), metanol (se utiliza en la gasolina para cohetes), butano (lo encontramos en el gas para encendedores), o monóxido de carbono, un gas tóxico que se desprende en la combustión del tabaco y del papel que envuelve a los cigarrillos.


3. Fumar es mi decisión

Cuando nos planteamos empezar a fumar o dejarlo, sentimos que esta es una decisión totalmente individual, cuando en realidad este es otro falso mito. Nuestra decisión de fumar afecta a los demás.

Sin ir más lejos, a los fumadores pasivos, que también se ven expuestos al aire contaminado por el humo de tabaco (ACHT), en lugares públicos o en su propia casa. Y es que muchas veces desconocemos que el ACHT es incluso más dañino que el humo que inhala el fumador, porque contiene mayores concentraciones de sustancias perjudiciales.

Este problema resulta aún más alarmante en el caso de niños que se ven obligados a ser fumadores pasivos. Así, se ha demostrado que los hijos de padres fumadores padecen infecciones respiratorias, crisis asmáticas y otitis, en mayor proporción que los hijos de padres no fumadores.


4. Puedo dejarlo cuando quiera

Cuando se posterga la decisión de dejar de fumar suele alegarse que en realidad es algo que podrá dejarse en cualquier momento, pero la realidad es que abandonar este hábito, sin ayuda, no es tan sencillo.  Según los datos de la AECC, el 70% de los fumadores quieren dejar de serlo, aunque sólo el 10% de los que lo intentan lo consiguen cada año.

La buena noticia es que el apoyo profesional puede multiplicar por 10 las posibilidades de dejar de fumar si se compara con el esfuerzo personal aislado del fumador (de un 3% a un 30%).

Actualmente existen diferentes tratamientos para apoyar al fumador que quiere abandonar el consumo de tabaco, tales como la terapia sustitutiva de nicotina, la terapia psicológica y la terapia combinada (que une el apoyo médico y psicológico).

Igualmente, ya se disponen de fármacos concretos para este fin, como el bupropion, un antidepresivo que actúa sobre las estructuras cerebrales donde se produce la adicción, y la vareniclina, un fármaco que actúa de forma específica sobre las estructuras cerebrales que reciben la nicotina.

Está claro que dejar de fumar no es fácil, por eso el mejor consejo que podemos dar es que lo importante es no comenzar a fumar. Sin embargo, el 9,8% de los jóvenes de 14 a 18 años fuma a diario, según la Encuesta sobre uso de drogas en enseñanzas secundarias en España (2018/2019).

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5. El cigarrillo electrónico es más sano

Cada vez hay más personas que, con la intención de dejar de fumar, comienzan a optar por alternativas como el cigarrillo electrónico.

La realidad es que los fumadores que sustituyen el tabaco por el cigarrillo electrónico continúan manteniendo los mismos gestos y “vapeando” en las mismas situaciones que cuando fumaban. De esta manera es más fácil que haya una recaída en el consumo de tabaco al mantener la dependencia psicológica, y más difícil lograr el principal objetivo: dejar atrás la vida de fumador.

Otro problema añadido, ante estas “nuevas formas de fumar”, es que el cigarrillo electrónico ha comenzado a consumirse entre jóvenes no fumadores, por lo que aumenta el riesgo de que se inicien en el consumo de tabaco.

6. No pasa nada, solo fumo cigarrillos de liar o en pipa

Si bien la opción del cigarrillo electrónico es más reciente, años atrás eran muchos los fumadores que se pasaban a otras alternativas, como el tabaco de liar, o que mantenían el consumo de tabaco en pipa, por considerarlo más sano.

El primer falso mito es a desterrar es que el tabaco de liar es más sano. La realidad es que es más adictivo y más tóxico que el cigarrillo de tabaco industrial. Contiene más monóxido de carbono y nicotina, además de que se ha comprobado que fumando este tipo de cigarrillos existe mayor riesgo de llegar a tener cáncer de laringe, esófago, faringe y boca.

Igualmente, mucha población desconoce que las pipas de agua, narguila o shisha pueden suponer un riesgo para la salud aún mayor que fumar cigarrillos. El motivo es que funcionan con un sistema de combustión a base de carbón, el cual produce monóxido de carbono, alquitrán, nicotina, metales y otras toxinas, aún después de estar en contacto con el agua, que no las filtra. Al mismo tiempo, fumando pipa de agua se inspiran y emiten mayores cantidades de humo que cuando se fuma un cigarrillo industrial.

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7. Dejar de fumar engorda

Por último, una de las excusas más típicas para no dejar de fumar es que abandonar este hábito se asocia a un aumento de peso. Esta idea tiene sus matices.

Por una parte, es cierto que, al dejar de fumar, el ritmo metabólico, que se encuentra aumentado por el consumo de cigarrillos, se normaliza.  Es por ello que sí que existe un riesgo de aumentar de peso, siendo la media una ganancia de unos 3kg. Cuando este incremento de peso es mayor, se debe a que el mal hábito de fumar se sustituye por malos hábitos en la alimentación, un problema que debe abordarse, y que por su puesto tiene solución.

Sin embargo, lo que hay que hay que dejar claro es que siempre es más saludable un aumento moderado de peso que los efectos negativos producidos por el tabaco.