Mónica vive en un pueblo de León con su marido, el único que trabaja en casa, y sus dos hijos. Su vida cambió en septiembre de 2015, cuando su hijo fue diagnosticado con un osteosarcoma, es decir, un cáncer de huesos. Este tipo de cáncer necesitaba una atención más especializada, y su hijo debía recibir tratamiento en el Hospital La Paz de Madrid. Obviamente, esto supuso un cambio para toda la familia.

“La situación hacía que tuviéramos que ir al hospital cada tres días, incluso quedarnos ingresados una semana entera. Cuando nos daban el alta, también debíamos ir cada cierto tiempo para realizar analíticas y llevar el control del tratamiento que estaba recibiendo”.

Su casa estaba a 400 kilómetros del hospital. Y su hijo, inmunodeprimido y con síntomas como vómitos y náuseas, no podía soportar un ritmo constante de viajes. Ella y su hijo necesitaban quedarse en Madrid. Y para una familia con un solo sueldo no era una tarea fácil.

Enfrentar una enfermedad como el cáncer tiene una parte visible, como es el propio tratamiento de la enfermedad. Pero también conlleva muchos cambios en las vidas de las familias. A veces incluso cambios de domicilio y de múltiples desplazamientos para recibir los tratamientos, como el caso de Mónica. Contar con un hogar al que poder recurrir en esos momentos se convierte en algo vital para estas familias. Esta necesidad es la que llevó a la AECC, ya en 1991, a comenzar con su iniciativa de pisos y residencias para los pacientes. Actualmente, la AECC cuenta con 37 pisos de acogida y residencias en 23 provincias, que son precisamente aquellas en las que están los centros hospitalarios de referencia.  En el resto de provincias existen acuerdos con hoteles o aparta-hoteles para ofrecer ventajas a estas familias.

La búsqueda de un nuevo hogar

“Comenzamos a vivir en la residencia de la AECC de Madrid en marzo de 2016”, sigue contando Mónica. En su caso, solicitaron la ayuda el viernes y el domingo ya tenían plaza en la residencia.

Habitualmente, los pacientes llegan a los pisos y residencias derivados por los equipos de voluntariado que están en los hospitales y detectan la necesidad; y son atendidos por los profesionales de trabajo social, que gestionan sus estancia. Los propios pacientes también pueden solicitar información a través de la web de la AECC y del teléfono de Infocáncer.

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Lo que más destaca Mónica de esta experiencia fue el cambio en el estado de ánimo de su hijo, que al inicio del tratamiento se sentía muy solo y deprimido, pero que, en la sala común de la residencia, hizo numerosas amistades. “Se sintió muy arropado por gente enferma como él, se veía por fin como un igual, lo que no podía sentir con sus amigos de León”.

Los pisos y residencias de la AECC no solo suponen un desahogo económico para los pacientes. La convivencia que se establece entre las familias que están alojadas, y poder compartir experiencias similares, resulta un apoyo psicológico y emocional difícil de encontrar en otros entornos. “Lo mejor que nos pueden decir estas familias es que la convivencia en la residencia les ha hecho olvidar que han venido a un tratamiento médico”, explica Carmen Galatas, responsable de la residencia AECC Madrid.

Además, los residentes también pueden acceder al resto de recursos gratuitos que ofrece la AECC, como el apoyo del equipo psicosocial, de los trabajadores sociales y de otro tipo de ayudas económicas. Todo ello además de poder asistir a diversos talleres, eventos o charlas que suelen desarrollarse durante su estancia. “Al final es como si fuéramos una gran familia, todos juntos, porque es lo que somos.  Tu familia no puede estar contigo, estamos solos allí, pero es diferente cuando sientes que estamos unos cuidando de los otros”.

El apoyo de los voluntarios

“Cuando te vas de tu ciudad todo te puede parecer complicado porque todo es nuevo, pero cuando te vas de tu casa a otra ciudad con una persona enferma, es mucho más complicado de lo que te puedas imaginar”, narra Mónica desde su experiencia.

Por ello, la labor de los voluntarios en los pisos y residencias de la AECC también es fundamental. Incluso para cuestiones tan sencillas como el primer impacto de llegar a un hogar nuevo, y necesitar un guía que te explique cómo y dónde está todo. “A veces se necesita ayuda para cosas tan rutinarias como saber dónde está el supermercado más cercano o cómo ir en metro al hospital”, explica una de las voluntarias.

En otras ocasiones, el voluntario más allá de tener una función práctica, simplemente está para escuchar y acompañar. “Hay días en los que simplemente necesitan desahogarse, precisamente con alguien que no les conozca”.

Los voluntarios también se encargan de que la estancia en la residencia sea algo más que una visita al hospital. “Organizamos siempre que se puede salidas al exterior, excursiones, visitas a museos, etcétera. Nuestro objetivo es que las personas que han tenido que dejar su hogar durante estos días sientan que están igualmente en casa”.

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